Los hábitos y costumbres cambian. Lo que ayer estuvo de moda, hoy pasa de largo y se esfuma. Lo que hoy es una novedad, mañana nos terminará cansando y lo apartaremos de nuestra rutina. Es un ciclo inevitable en todos los procesos del ser humano. Es casi inevitable.
Pocas cosas en esta vida han sabido mantenerse a lo largo de los años en el tiempo. Ese es el caso de los vinos y sus costumbres ligadas a ellos.
Sí que es cierto que es una costumbre que ha ido pasando de generación en generación, de padres a hijos, y que también se ha ido perdiendo poco a poco, que ha tenido momentos de flaqueza, que viene indiscutiblemente de antaño, de la mano de nuestros abuelos y abuelas, que era un hábito principal en su día a día tanto para beber en la mesa como para cocinar. Nunca faltaba una garrafa de una arroba en la alacena.
Un hábito, que se ha ido perdiendo en la generación más joven, y que por suerte ahora los nuevos “millennials” están rescatando, también en gran parte gracias a las bodegas, consejos reguladores e instituciones que giran en torno al vino, que han sabido renovarse, impulsarlo y enfocarlo a estas nuevas generaciones, visto el valor que ya veían nuestros abuelos y abuelas.
Es una bebida social, para todo tipo de eventos donde haya un buena carta de comidas, en una reunión de empresa y de amigos, en nuestro tiempo libre y parte de nuestro ocio, en todas esas reuniones siempre debería aparecer una copa de vino para brindar y saborear un producto que lo da nuestra tierra, y que siempre ha sido y será un símbolo de la buena agricultura y del trabajo y esfuerzo de tantos y tantos años.
Y ya sabes, ¡qué nunca falte una copa de buen vino!